K2an, 2004an.

Sebastián Alvaro (Madrid, 1950) fue el creador y director del programa de aventura extrema ‘Al filo de lo imposible’ durante 28 años, a través del cual organizó más de 200 expediciones de todo tipo a los rincones más recónditos del planeta. Durante tres décadas, ha mantenido una estrecha relación con los mejores montañeros vascos, a los que ha ayudado a conseguir muchas de las grandes hazañas del alpinismo vasco. En reconocimiento a esa labor, recibirá un homenaje por parte de la carrera de montaña Zumaia Flysch Trail, el próximo 5 de julio.

Te defines como un contador de historias, pero las historias que tu cuentas no son historias corrientes, son aventuras extremas.

Sí, pero la historia de la humanidad comienza con la Odisea y la Iliada, y esas sí que eran aventuras extremas. Realmente, nos hemos hecho humanos a partir de nuestra capacidad del lenguaje, de transformar el mundo que nos rodea en cosas que tienen que ver con nuestra imaginación. En realidad, la aventura es eso, une dos de las cualidades intrínsecamente humanas, y que nos hace diferentes como especie. Por un lado, la capacidad de perseguir sueños. ¿A qué otra especie animal se le ocurrriría ir a ese punto de la tierra que no se diferencia de ningún otro en el que en teoría gira el eje terrestre? Pues a ninguna. ¿A quién se le ocurriría subir al punto que representa la montaña más alta del mundo? Pues a ninguna. Porque son aventuras y sueños que no tienen ninguna finalidad práctica; porque, al fin y al cabo, durante una buena temporada, durante varios millones de años, los humanos estuvimos pensando en cosas concretas: en comer, calentarnos, cazar… En pocas cosas más. Apenas la historia de la humanidad ha empazado hace 10.000 años, y desde hace aproximadamente 500 años el mundo lo hemos hecho global. Así que, a mí me parece que las mejores historias para compartir siempre son las historias de aventuras. En realidad yo creo que no hemos mejorado en nada a Homero. Homero se inventó las grandes aventuras y detrás de él los griegos, los romanos y hasta nuestros días. Modestamente, uno se ha dedicado a ser una especie de imitador de Homero. Un contador de las grandes aventuras que quedaban por hacer, las últimas exploraciones, las últimas grandes escaladas, las últimas travesías de desiertos, de selvas, de los últimos grandes vuelos… He sido un hombre realmente afortunado.

Pero tu no te has limitado a contar esas aventuras; las has organizado, las has promovido y las has vivido…

Es que eso es mucho más divertido! Claro que sí, porque he entendido que nunca podía contar una historia si no la vivía. Los grandes literatos tienen la capacidad de, sin moverse de casa, meterse en la conciencia de protagonistas de grandes aventuras, que son ficción, como la del Quijote. Yo no tengo esa capacidad. Pero lo que sí tengo es la capacidad de emocionar si lo he vivido. Primero he necesitado vivirlo yo y emocionarme yo para intentar contarlo, transmitirlo y emocionar a la gente.

¿Cuál es la primera aventura que recuerdas, de cuando eras un niño?

Fue una que marcó a toda la familia. A los seis años me enfadé con mi madre, y me marché de casa, con un duro que me había dado mi abuela. A la hora de la comida se montó el guirigay, porque el niño había desaparecido. Hubo que llamar a la Guardia Civil. Yo iba caminando por una carretera, a las afueras de Madrid. Yo creo que esa fue la primera aventura que me marcó. Yo recuerdo perfectamente que iba a la gran aventura de mi vida, a descubrir cosas que yo hasta entonces no había visto, y que era un mundo más temible que lo que me pueda suponer hoy a mí irme al Himalaya.

¿Y cuándo decidiste que querías contar aventuras, que querías vivir esa vida?

Yo trabajaba en TVE, en los estudios informativos, pero al mismo tiempo hacía algo de montaña. También estudié telecomunicaciones, sociología y periodismo. Un compañero del club de montaña me ofreció hacer un pequeño documental sobre las nuevas tendencias de escalada. Aquel documental tuvo mucho éxito y me dieron mi primer gran premio, en el Festival Internacional de Cine de Montaña de San Sebastián. Eso me cambio la vida. A raíz de ese premio, me hicieron una oferta para ir al Himalaya, y no lo dudé. Dejé mi trabajo en informativos por ir a filmar mi primer documental. Aquel documental fue muy trágico porque murieron dos amigos, pero tuvo muchísimo éxito, y tuvo un impacto emocional que hasta entonces no había habido en televisión.

¿En que año fue eso?

En 1981.

¿Ese podría ser el inicio de ‘Al filo de lo imposible’?

Así es, porque a partir de ahí seguí haciendo documentales en 1982, 1983… En 1984 me planteé hacer una serie, me la aprobaron, y a partir de enero 1985 comenzamos a rodar, primero por toda España y luego por todo el mundo. Ha sido una vida bastante al filo de lo imposible, con más de 200 expediciones y más de 300 documentales.

Mirándolo con perspectiva, ¿que ha supuesto ‘Al filo de lo imposible’ para la aventura, para el montañismo y para la televisión?

Yo creo que se sabrá con el tiempo, cuando pase más tiempo y alguien se dedique a hacer esos análisis. Yo creo que ‘Al filo de lo imposible’, a nivel ideológico supone la recuperación de las corrientes modernas europeas del pensamiento, que tienen que ver con el romanticismo, con la ilustración, con la defensa del paisaje y con la aventura extrema. Bajo el punto de vista de televisión supone el género documental puro; un producto que tiene que ver con el rigor, con el pensamiento, con la reflexión, y que es muy ajeno al reportaje y a la vanalidad insustancial, que es lo que se lleva hoy en día. Y a nivel de las aventuras concretas, yo creo que supone definitivamente la eclosión de la mejor generación de aventureros españoles en el siglo XX. Y más en concreto, yo creo que ‘Al filo de lo imposible’ y el montañismo vasco están plenamente integrados, nos enriquecimos mutuamente. Yo comencé a trabajar con amigos montañeros vascos en 1981, y esa relación fue creciendo y al mismo tiempo fue potenciando el montañismo en toda España. Pero muy singularmente en el País Vasco, donde había montañeros de gran nivel. Yo creo que pasaron dos o tres generaciones de los mejores alpinistas que hemos tenido.

¿Podríamos decir que ‘Al filo de lo imposible’ ha sido una herramienta que ha abierto puertas y ha posibilitado muchas expediciones?

Yo creo que es una realidad. Solamente a montañas de más de 8.000 metros, ‘Al filo de lo imposible’ ha realizado del orden de 60 expediciones; cuando en todo el mundo había quince alpinistas que tenían los cartoce ochomiles, cinco de esas personas habían pasado por Al filo de lo imposible.; si sumamos los ochomiles que se han conquistado gracias a expediciones de ‘Al filo’, estaríamos hablando de centenares.

Pero Al filo no ha sido solamente el principal impulsor de expediciones en España; Al filo sobre todo lo que puso es pensamiento, prudencia y contenido. Al final, en más de 200 expediciones y más de 2.000 personas, perdimos solamente a dos compañeros; los dos, amigos vascos. Uno era Atxo Apellaniz y el otro Xabi Iturriaga. ‘Al Filo’ no se puede entender sin todos los amigos vascos que participaron, y creo, modestamente, que todo el montañismo vasco moderno tampoco puede entenderse sin ‘Al Filo de lo imposible’.

Una de las preguntas que no hemos hecho los espectadores del programa es cómo demonios grabáis esas imágenes a 8.000 metros de altitud, quién es el cámara capaz de trabajar en esas condiciones…

El trabajo de ‘Al filo’ siempre fue en equipo, y el cámara era también otro alpinista. Lo hacíamos así. Eramos gente solidaria. Si el cámara cargaba la cámara, otro llevaba su saco. Y si el cámara llegaba fundido, ya tenía un compañero esperándole en la tienda con comida para que recuperara fuerzas… Todo lo realmente importante en esta vida se hace trabajando en equipo, y se hace con amigos y a través de solidaridad. Ya se que hoy en día se lleva otra cosa: uno se está muriendo a cien metro de la cumbre del Everest, pasan a su lado 50 personas y nadie se acerca a ver que le pasa o a ofrecerle un poco de té caliente. Pero los valores que defendió ‘Al filo’ y que llevamos a la práctica, tiene que ver con un grupo de gente que se conoce bien y que se esfuerza y se sacrifica, incluso en el caso de que sólo uno de ellos vaya a conseguir llegar a la cumbre. Porque el éxito de esa persona es el éxito de todos. Yo creo que ese es el modelo que hizo posible el programa.

En vuestras expediciones habéis hecho de todo, y habéis estado prácticamente en todos los rincones del planeta. Pero, ¿hay alguna aventura que haya quedado pendiente?

Se nos han quedado varios proyectos sin realizar, pero vamos a seguir con ellos. A partir de noviembre volveré a hacer algo de televisión. Por ejemplo, nos ha quedado pendiente el pilar oeste del Makalu. Hemos ido dos veces y no hemos podido subir a la cumbre. Y me gustaría mucho sobrevolar el K2 en globo. Habrá cosas de estas que todavía tendremos al menos la posibilidad de intentarlas.

Cuéntanos algún momento vivido con montañeros vascos que se te haya quedado clavado en la memoria…

El rescate que hicimos a Juanito [Oiarzabal] y Edurne [Pasaban] en el K2, en 2004. Subir al K2 fue para nosotros un hecho muy importante. Habíamos subido anteriormente a la cumbre con Juanjo Sansebastián, Atxo Apellaniz, Jose Carlos Tamayo y Sebastián de la Cruz, pero no habíamos podido filmar la cumbre. En el 2004 la filmamos. La bajada fue durísima, pero nos volcamos todo el equipo. Y al final, me quedo con la instantánea de Juanito entrando en la tienda, destrozado, literalmente derrotado, después de una bajada dura en la que perdería los diez dedos de los pies. Pero en 48 horas habíamos logrado coordinar y ejecutar una operación magnífica de rescate, y Juanito y Edurne pasaron de estar en la cumbre del K2 al mejor hospital de Islamabad. Me quedo con esa historia. No tiene que ver con un momento de éxito, sino con la solidaridad, con los valores de las personas.

Para ti habrá sido una sorpresa que te llamen desde un pueblo de la costa guipuzcoana y te digan que te van a hacer un homenaje…

Pero me satisface mucho. Soy muy poco vanidoso. De hecho, estos años hemos recibido muchísimos premios, pero me quedo con el cariño de la gente. He sido un trabajador de la empresa pública que siempre pensó que lo público podría ser útil para la comunidad y el bienestar de los ciudadanos. Siempre creí que podía hacer algo por mejorar el nivel cultural de la gente y por hacernos más civilizados; y este tipo de cosas me parecen el mejor pago que he podido recibir en todos estos años.